LAS EMPRESAS NIPONAS RECLUTAN INDIGENTES PARA LIMPIAR CENTRALES ATÓMICAS.
MUCHOS MUEREN DE CÁNCER
Los esclavos nucleares constituyen uno de los secretos mejor guardados de Japón. Muy poca gente conoce una práctica en la que están implicadas algunas de las mayores empresas del país y la temida mafia de los yakuza, que se encarga de buscar, seleccionar y contratar a los vagabundos para las compañías eléctricas. «Las mafias hacen de intermediarias. Las empresas pagan 30.000 yenes (215 euros) por un día de trabajo, pero el contratado sólo recibe 20.000 (142 euros). Los yakuza se quedan la diferencia», explica Kenji Higuchi, un periodista japonés que lleva 30 años investigando y documentando con fotografías el drama de los mendigos de Japón.
Más de 70.000 personas trabajan constantemente en las 17 centrales y 52 reactores repartidos por todo el país. Aunque las nucleares tienen a sus propios empleados para los puestos más técnicos, más del 80% de las plantillas está formado por trabajadores sin preparación, contratados de forma temporal entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Los mendigos son reservados para los cometidos más arriesgados, desde la limpieza de reactores a la descontaminación cuando se producen fugas, o los trabajos de reparación allí donde un ingeniero nunca se atrevería a acercarse...
Las autoridades japonesas han fijado en 50 mSv (milisievert) la cantidad de radiactividad que una persona puede recibir en un año, muy por encima de los 100 mSv en cinco años que manejan la mayoría de los países. En teoría, las empresas que gestionan las centrales nucleares contratan a los vagabundos hasta que han recibido la radiación máxima y después los despiden por el «bien de su salud», enviándolos de nuevo a la calle. La realidad es que esos mismos peones vuelven a ser contratados días o meses después bajo nombres falsos. Sólo así se explica que muchos empleados hayan sido expuestos durante casi una década a dosis de radiactividad cientos de veces mayores de las permitidas.
Durante más de 30 años Kenji Higuchi ha entrevistado a decenas de víctimas de las centrales nucleares, documentando sus enfermedades y viendo cómo muchas de ellas agonizaban, postradas en sus camas, antes de morir. Quizá por ello, por haber visto el sufrimiento de los desfavorecidos de cerca, el fotógrafo metido a investigador no tiene problemas en citar las multinacionales que contratan a los mendigos de forma indirecta. Sentado en el despacho de su casa de Tokio, coge un papel en blanco y empieza a apuntar: «Panasonic, Hitachi, Toshiba...».
Teniendo en cuenta que desde los años 70 más de 300.000 trabajadores temporales han sido reclutados en las centrales japonesas, el profesor Fujita y Higuchi no dejan de hacerse las mismas preguntas: ¿Cuántas víctimas habrán muerto en este tiempo? ¿Cuántas han agonizado sin protestar? ¿Hasta cuándo se permitirá que la energía que consume la adinerada sociedad japonesa dependa del sacrificio de los pobres?
El Gobierno y las empresas se defienden asegurando que nadie ha sido obligado a trabajar en las nucleares y que cualquier empleado puede marcharse cuando le plazca. Un portavoz del Ministerio de Trabajo japonés llegó a decir que «hay trabajos que exponen a la gente a radiaciones y que deben hacerse para mantener el suministro eléctrico».
Cuando un trabajador temporal acude enfermo al servicio médico de la central nuclear o a hospitales cercanos, los médicos ocultan sistemáticamente la cantidad de radiactividad recibida por el paciente y lo envían de nuevo al tajo con un certificado de «apto». Los sin techo más desesperados llegan a trabajar por el día en una central y por la noche en otra.
“El Mundo” 8/6/2003