Los trabajadores de la enseñanza, tienen que cumplir para el Estado capitalista una función que va más allá de la mera realización de su trabajo profesional. Su incidencia en el conjunto de la población le exige al Estado no cometer ningún error de de diseño por pequeño que sea -pues su proyección sería enorme-, que llevase a los profesores a jugar el más mínimo papel de revulsivo social y reivindicativo. Y para lograrlo no dudan en utilizar los métodos más agresivos para generar una competencia y un individualismo a ultranza que aleje al profesorado de cualquier actitud solidaria.
El mecanismo de partida para conseguir ese objetivo no es otro que el de las oposiciones, palestra singular donde, bajo el halo de alcanzar un puesto de trabajo seguro y por otro una posición de prestigio social, se cita a miles de posibles profesores a una especie de justa medieval, donde el de al lado, el que podría ser mañana un compañero de trabajo, se convierte en el enemigo más acérrimo a derribar. Así se reproducen sin discontinuidad los mismo esquemas y actitudes que tan bien sirven al Estado capitalista.
Eventualidad, rotación en el empleo son las señas de identidad de este estúpido y embrutecedor sistema. Despido libre y gratuito bajo la fórmula de funcionario de empleo interino.
Similar y equivalente método se sigue para la contratación de los trabajadores en régimen laboral, que no corren mejor suerte, aunque sí peores salarios.
- ¿A qué opositan los profesores de la enseñanza pública?
- ¿A qué encarnizada guerra de competencia son sometidos?
- ¿A qué sometimiento y falsa ilusión les condena el Estado?
- ¿A qué intereses económicos responde este sistema?